sábado, 14 de abril de 2012

Ñ: Oybin sobre Barro del Paraíso

Santos y devotos con color local
Gramajo Gutiérrez, el “pintor de la nación” y artistas contemporáneos retratan en Osde expresiones muy diversas de la religiosidad. La opinión de un especialista en el tema.
POR MARINA OYBIN (extracto)
Sobre el manto, el hombre puso prolijamente velas y cuchillos. Abrió una botella de vino y otra de whisky, sirvió un par de copas. Entre falanges y huesos humanos tallados, colocó almizcle, lavanda, sándalo. Y pequeñas osamentas con coronas de diamantes fantasía. Más parcas con guadañas. Más brillo y claveles. Llegó temprano, fumó unas pitadas del habano. Quién se iba a imaginar que Aquiles Coppini, tras pasar más de 17 años en la cárcel, haría un altar en medio de una muestra. Los curas, esos que el día de la inauguración fueron a ver las pinturas de Gramajo Gutiérrez, tampoco sospecharon que se toparían ahí, a unos pasos, con un altarcito a San La Muerte.
Las cosas del creer. Estética y religiosidad en Gramajo Gutiérrez, que con curaduría de María Inés Rodríguez y Miguel Ruffo, reúne unas cuarenta obras de este artista bautizado por Leopoldo Lugones “el pintor de la nación”, y Barro del paraíso. Arte contemporáneo y religiosidad popular , con curaduría de Juan Batalla, conviven y se potencian en el espacio de Osde. En ese movimiento conjunto, las obras y expresiones de la religiosidad popular alternativas al cristianismo ortodoxo que integran Barro… interrogan e impulsan a investigar. Y, al tiempo, Gramajo (Tucumán, 1893 - Olivos, 1961) deviene contemporáneo. Cuesta abandonar la sala de Osde.
“Consideramos a Gramajo un etnógrafo visual. Su práctica puede pensarse en términos antropológicos y etnográficos, con una diferencia: en general, los antropólogos son sujetos externos a la cultura que observan”, dice Ruffo.
Gramajo pintó la Argentina indígena, mestiza y criolla. En esas figuras abigarradas, con influencia del muralismo mexicano y colores inolvidables, miró al trabajador del Nordeste, lo individualizó como sujeto social en su vida cotidiana y en devociones y ritos, mix de ortodoxia católica y tradición indígena. Ahí está, junto a temas bien hispano católicos, su “Ecce hommo” aindiado o el velorio del angelito, práctica rechazada por la Iglesia. Acido, pintó la explotación, el dolor, y al tiempo no escapó de su visión católica: vio en esas expresiones populares superstición, tragedia: “Si hasta el carnaval que destila colorido brillante y animación en las parejas, también es repulsivo y trágico, como que aquellas escenas de entusiasmo y locura terminan en sangre, pleitos, muerte”.
El gran altar a San La Muerte abre Barro del paraíso… , universo de sincretismo religioso, artístico y real. Hay figuras talladas en huesos: “Si es hueso de cristiano mejor, porque ese ya está bendecido dos veces”, dijo un recluso cuyo testimonio Rodolfo Walsh incluyó en su artículo sobre San La Muerte.
Desde Gilda a un Gauchito Gil con estética manga, pasando por unas puntas de hierro de Kimbanda, se exhibe Ofrenda, una instalación audiovisual de Lía Dansker que captura la devoción de los fieles por el Gauchito con bailes, cantos, fiesta a pura alegría carmesí. En 2010, la artista encontró el predio intervenido por el Estado y el altar enrejado: la policía regulaba la entrada y un agente pastoral católico, megáfono en mano, tapaba las oraciones de los fieles. Hay obras, entre otros, de Alfredo Portillos, Daniel Santoro, Fabiana Barreda, Cooperativa Sub, Alfredo Srur, Leo Chiachio y Daniel Giannone.

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