viernes, 26 de octubre de 2012

Anatomía de un monstruo, por Laura Isola


Texto de Laura Isola para "Cuerpo de Obra" en el Caraffa.

Anatomía de un monstruo
Frank Kafka creó y le puso nombre a uno de los monstruos más famosos de la literatura. En “Las preocupaciones de un padre de familia”, el cuento que escribió en 1919, construyó un artefacto que “a primera vista parece una bobina de hilo, chata, con forma de estrella; y que en realidad parece estar cubierto de hilos; claro que se trata solamente de hilos entremezclados, viejos, anudados unos con otros”. Lo llamó Odradek, aventuró cierta etimología de su nombre e instauró una inseguridad que nos acompañará por siempre. Los que sabemos de su existencia, de su cualidad no-humana y de su sin sentido,  también supimos que ha despejado todas las dudas del narrador de ese cuento sobre la  posibilidad de sobrevivirlo. La criatura ha desplazado al creador y Odradek es mucho más que un “personaje de ficción”. Es la contracara perfecta del monstruo del Dr. Frankenstein. Mientras éste aspira a una perfección de lo humano, la superpotencia y la vanidad de superar lo divino, lo prometeico, Odradek se aleja de esa pretensión y deviene un artefacto casi precario, de una tecnología en ciernes. Sin embargo, su potencia imaginativa lo hace invencible, poderoso. Y con una descendencia acorde con su condición refractaria a toda forma de vida familiar y comunitaria. Como objeto único que elije sus condiciones de reproducción.
En ese sentido, la obra de Juan Batalla parece ser la elegida. Crear una tradición literaria para un escultor es proponer la insuficiencia de alguna en las artes visuales para denotar su trabajo. O mejor dicho, la necesidad de complementar desde los discursos literarios para hacer sentido con lo que él hace. Y ahí, creo encontrar la clave. No es posible desmembrar y fragmentar la lectura de su trabajo. Ella implica algo más amplio: un abordaje cultural a sus obras. Es que Batalla crea monstruos, algunos hechos pacientemente con goma de ruedas de bicicleta. Otros, en los que pone su propio cuerpo a disposición. Para fotografiarlo como en la serie “Cuerpo de obra”; para deformarlo y filmarlo como en el video “Metronomía dorsal”.
Por lo tanto, cuando aparecen los monstruos, inevitablemente, obligan y determinan a una experiencia cultural. Dicho con palabras de teórico, como las de Jeffrey Jerome Cohen: “un método para leer culturas desde los monstruos que ellas engendran”. Retorcidas, con superficies lisas y estriadas, anudadas y estranguladas, las gomas de bicicleta devienen en fantásticas proyecciones de su imaginación. Decenas de Odradeks vuelven a la vida, resignificando el sentido de lo Otro. Del material doméstico, la goma, a la exploración de lo desconocido. De la tradición de la escultura que se hace con materiales en desuso,  a un uso nuevo del espacio y las dimensiones. Porque, si bien es posible hacer dialogar su obra con relación a los modelos escultóricos, el resultado, los monstruos que él engendra, superan ese análisis. Se instalan como presencias alternativas e inquietantes que no dan explicaciones. En esa línea, los títulos de las piezas subrayan ese carácter ambiguo: “El que viene después”, “Lo otro”, “Transfuerza”, por mencionar algunos. Ajustada elección para no obturar la pluralidad de sentidos y liberar a la obra de las palabras.
Como el monstruo solo existe para ser leído y ya desde su etimología quiere decir “el que muestra o revela”, siempre significa algo más de sí mismo. Es un desplazamiento continuo que se sitúa en el lugar inestable entre lo que es y en lo que se está convirtiendo. “Cuerpo de obra” y “Metronomía dorsal”, por lo tanto, comparten el propio cuerpo del artista. Ya en las fotos con un traje maravilloso que se exhibe “vacío”, --dijimos que el monstruo siempre se escapa--, accedemos a las posibilidades de las posturas del cuerpo. El video, por su parte, sería como la constatación microscópica de la experiencia anterior. La espalda filmada al milímetro mientras hace una rutina de ejercicios, deconstruye lo humano y lo reenvía a un terreno desconocido. Posibilidades de existencia, mientras lo vemos: ¿un animal? ¿un artefacto? Desde lo viviente hasta lo no viviente, el ritmo de la imagen se pega a la voz. Fragmento con fragmento. Ritmo y chillido. Compás y grito.
Los monstruos de Juan Batalla aborrecen el binarismo; ellos mismos son una tercera opción para destrozar los estables senderos del sentido. Se escapan porque rechazan la categorización y hacen estallar los límites. El cuerpo del monstruo está atravesado por fantasías contradictorias pero necesarias e inherentes. El miedo al monstruo es una especie de deseo que se basa en la dialéctica repulsión-atracción. Que se siente en el cuerpo, nos causa placer y nos avisa que estamos vivos.
                                                                                  

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